Llegados a la
ondulante meseta del cenit de extracción petrolífera, es evidente que el futuro
no se parecerá nada a lo que hemos vivido hasta ahora. O tal vez sí. Cada vez
tendremos que arreglárnoslas con menos energía, de forma que de aquí a diez
años dispondremos de la misma que nos era accesible en los años setenta. Y en
diez años más, de la que estaba a nuestra disposición en los cincuenta. Pero
claro, no partimos de las mismas bases fácticas. La caída por el denominado
precipicio de Séneca, no puede tener nada que ver con la ascensión de la curva
de Hubbert.
En definitiva, el
tema que tratamos, a nadie se le puede escapar, tiene un fuerte componente
escatológico. De hecho, la quiebra política, económica y social de nuestras
sociedades post industriales se ha hecho tan evidente que resulta muy difícil
ocultarla. Y a todo ello habría que añadir la debacle medioambiental que
amenaza nuestra misma supervivencia como especie.
Tal vez deberíamos
preguntarnos, como hace el escritor y periodista Israel Shamir, si los hombres
poderosos responsables del envenenamiento del planeta entero se han vuelto
locos de remate. Algunos pensadores contemporáneos han hecho un esfuerzo
heroico para encontrar la causa de esta conducta irracional, y han estado a punto
de lograrlo, con el concepto de codicia. Las multinacionales globales habrían
planeado la destrucción de la naturaleza como medio de obligar al ser humano a
depender de sustitutivos, comercializados, por supuesto, por ellas. Su
diagnóstico es lúgubre, dice Shamir, pero no lo suficiente. En ocasiones se
contempla el proceso sin que exista motivación de ganancia. Y es que debajo de
la codicia está un fantasma mucho más antiguo y oscuro: la voluntad de
dominación.
La destrucción de
la naturaleza es precisa para poder esclavizar al hombre, desarraigándolo, al
cortar sus vínculos territoriales, sociales y familiares. La guerra contra la
Naturaleza, la Virgen Madre, es también la guerra contra el Espíritu. Se trata
de arrojar la presencia de lo Sacro, lejos de nuestro mundo.
Los últimos
acontecimientos de la historia humana, no pueden explicarse, concluye Shamir,
de manera aceptable con causas meramente materiales y racionales. Más allá de
los espectros, demasiado humanos, de las grandes multinacionales depredadoras,
más allá de la codicia capitalizada, más allá incluso del paradigma de la
dominación, el destructor mayor sin rostro comienza a dejarse ver sobre el
planeta cautivo.
¿Qué va a ocurrir?
Se trata de una pregunta peligrosa. El futuro es el ámbito propio de la
Providencia. Conocerlo y dominarlo es, por tanto, Potestad Divina, vedada a la
criatura, por lo que la adivinación predispone grandemente al desequilibrio
psíquico. Sin embargo es relativamente fácil saber a grandes rasgos, de manera
muy general y sin extraordinarias elucubraciones, lo que nos depara el
porvenir. René Guénon, en su obra, Formas Tradicionales y Ciclos Cósmicos,
afirma que el devenir humano no es lineal, sino que se mueve en círculos, los
que no podrían cerrarse, pues de lo contrario existiría una repetición
metafísicamente imposible, dibujando en definitiva una espiral, de forma que,
agotadas las posibilidades de un ciclo histórico, se abriría de inmediato otro,
sin solución de continuidad. Y lo que es más importante, entre los diferentes
ciclos humanos existiría una cierta relación de analogía, de forma que podrían
extraerse conclusiones de la comparación entre ellos, y deducir acontecimientos
futuros de lo sucedido en épocas similares de ciclos anteriores. Siguiendo el
criterio anteriormente indicado, utilizaremos el período histórico
inmediatamente anterior al que vivimos actualmente para tratar de perfilar lo
que nos aguarda, aproximándonos a curiosos acontecimientos que tuvieron lugar
en la relativamente próxima antigüedad greco-romana.
Pero antes debo
decir algo importante, que muchos sospechan, aunque pueda sonar extremadamente
lúgubre. Cuando quienes gobiernan la frágil nave de la post modernidad ya no
puedan ocultar lo que está ocurriendo, y no falta mucho, la alternativa será la
guerra. Y el tiempo de las grandes guerras, será también el de los grandes
capitanes. Muchos habrá, que asombrarán al mundo con sus hazañas. Pero debemos
fijarnos básicamente en dos. ¿Por qué? Pues porque toda contienda, por larga
que sea, suele acabar teniendo un único vencedor. Y también porque el poder
necesita una mística. No puedes poner el pie en la pared y decir “aquí mando yo
porque soy más alto y más guapo que vosotros”. Necesitas poesía, encarnar un
ideal, constituirte en azote de infieles, algo así. Las técnicas son muchas.
Citaré solo una, muy utilizada, a la que podríamos llamar “la exaltación del
héroe desaparecido”. Consiste en mistificar a un personaje ya fallecido, a ser
posible por la causa, y que, por tanto, ya no molesta, y erigirse en el
continuador de su obra. No citaré ejemplos concretos por no politizar este
post.
Lo dicho parece
confirmado en los Textos Sagrados. Las profecías sobre los últimos tiempos
giran, en efecto, en torno a dos personajes básicos: el Anticristo y el Profeta
del Anticristo. El Apocalipsis, habla efectivamente de “dos Bestias”. Utilizo
terminología cristiana dado el contexto social en que escribo, si bien el punto
de vista no es excluyente. De hecho la escatología islámica se refiere al
Anticristo con el nombre del Dajjal.
Del Anticristo
sabemos algunas cosas:
- Su vida será lo
más exterior posible, al límite de las posibilidades de lo humano. Dice el
Evangelista que la primera bestia surge del mar, esto es, de lo más bajo, de lo
maleable líquido inferior, del populacho. Será un militar y político de
renombre. Su popularidad no tendrá límites, sus hazañas serán conocidas y
comentadas por las masas, que le idolatrarán, creyéndole un elegido, destinado
a acabar con sus penurias.
- Conocemos
también la duración de su reinado: “toda la Tierra, maravillada, seguirá a la
Bestia, y la adorará diciendo: ¿quién es semejante a la Bestia y quién podrá
combatir contra ella? Le fue dada una boca que profería palabras arrogantes y
blasfemias, y le fue dado el poder de hacerlo durante cuarenta y dos meses”.
- Finalmente el
Anticristo será asesinado, “vi en una de sus cabezas como una herida de
muerte”. Presumiblemente ello tendrá lugar como consecuencia de una conjura
puesta en marcha por personas próximas a aquél, que recelarán del inmenso poder
que habrá alcanzado.
¿Hubo alguien en
el mundo greco-romano en quien concurriesen las circunstancias que hemos
mencionado anteriormente?
En el año 69 a.C.
un joven patricio romano llamado Cayo Julio César, elegido cuestor para la
provincia de Hispania Ulterior, en el Templo de Hércules Gaditano
(Herakleion), situado en lo que actualmente es el Islote de Sancti Petri,
tuvo un sueño que le predijo el dominio del mundo, después de haber llorado
ante el busto de Alejandro Magno, por haber cumplido treinta años sin haber
alcanzado un éxito importante.
A su regreso a
Roma, César prosiguió su carrera como abogado, hasta ser elegido edil curul en
el año 65 a. C., el primer cargo del cursus honorum que desempeñaba
dentro de Roma. Como tal, organizó los juegos más memorables que la ciudad
hubiera contemplado hasta la fecha, empleando todo su ingenio para conseguirlo,
llegando a desviar el curso del Tíber e inundar el circo para ofrecer una naumaquia
(un combate entre barcos). Todo ello a cargo de su patrimonio personal. Acabó
el año con deudas astronómicas, del orden de varios cientos de talentos de oro.
No importaba. La inversión daría frutos a la larga. La plebe lo adoraba.
- Cuarenta y dos
meses, sí, exactamente el lapso temporal entre la batalla de Farsalia, agosto
del 48, donde derrota al último triunviro, y se hace, de facto, con el control
absoluto del mundo mediterráneo, hasta el 15 de marzo del 44, las fechas no
pueden ser exactas pues regía otro calendario, pero sí válidas por aproximación.
- Eran los idus,
de dicho mes, y un grupo de senadores, convocó a César para leerle una
petición, escrita por ellos, con el fin de devolver el poder efectivo al
Senado. Marco Antonio, que había tenido noticias difusas de la posibilidad del
complot, temiendo lo peor, corrió al foro e intentó detener a César antes de
que entrara en la reunión. Pero era demasiado tarde.
Los conspiradores
introdujeron a César en el Teatro de Pompeyo, donde se reunía la curia, y lo
condujeron a una habitación anexa al pórtico este, donde le entregaron la
petición. Cuando el dictador la comenzó a leer, Tulio Cimber que había hecho la
entrega, tiró de su túnica, provocando que César le espetara furiosamente: “Ista
quidem vis est?”. ¿Qué clase de violencia es esta? No debe olvidarse que
César por ser Pontifex Maximus, era jurídicamente intocable. En ese
momento, Servilio Casca, sacando una daga, le asestó un corte en el cuello.
Pero ¿qué se está
diciendo? ¿Que una personalidad de tanta influencia en la historia de la
humanidad, Julio César, pudo ejercer el papel del Anticristo en el ciclo
precedente? ¿Dónde están las pruebas? ¿Dónde su marca? Recordemos que el número
de la bestia es el 666.
En el verano del
año 47 a.C. César abandonó Egipto y marchó por Siria, Cilicia y Capadocia para
enfrentarse a Farnaces II, rey del Ponto. La batalla tomo lugar cerca del
poblado fortificado de Zela. Los pónticos abandonaron sus posiciones defensivas
y lanzaron un ataque sorpresa contra las posiciones romanas, dispuestas en una
colina cercana. La acción fue inesperada ya que se abandonó toda lógica al
renunciar Farnaces a una sólida posición defensiva y atacar a los romanos
ubicados en altura. El asalto logró, por su sorpresa, un éxito inicial. Pero
inmediatamente César tomó la iniciativa, expulso a los pónticos de su
campamento y empujando al enemigo colina abajo, en completo desorden, le
propinó una derrota total. La campaña contra Farnaces apenas duró cinco días,
fue tan rápida y contundente que Plutarco menciona que César, para anunciarla
al Senado, empleo sólo tres palabras.
Entre los días 21
de septiembre y 2 de octubre del 46 a. C., César celebró sus victorias en Roma.
Nunca antes se habían visto celebraciones de tal magnitud y duración. Además
recompensó ampliamente a sus tropas, y entregó a cada legionario cinco mil
denarios (el equivalente a lo que ganarían en los 16 años de servicio
obligatorio), a cada centurión, diez mil, y a cada tribuno o prefecto, veinte
mil denarios, asignándoles también terrenos, aunque no cercanos a Roma, para no
despojar a nadie y establecer así colonias romanas en territorios recientemente
conquistados. Distribuyó al pueblo diez modios de trigo por cabeza y otras
tantas libras de aceite, con trescientos sestercios, en cumplimiento de una
antigua promesa que había hecho, a los cuales agregó cien más por la demora. El
desfile triunfal de la batalla contra Farnaces II contaba con una carroza que
portaba como lema aquéllas tres palabras misteriosas con las que César había
anunciado su victoria: “veni, vidi, vici”. Unamos las letras exteriores,
periféricas, de cada una de ellas. VI, VI, VI. En numeración romana 666 (se
trata de un número solar que pudiera tener diversos sentidos, como de hecho
tiene siempre todo simbolismo. En cualquier caso, parece claro que alguien
próximo a César, que conocía su papel histórico, debió sugerirle dicho lema,
para que, quien pudiera verlo, supiera del auténtico significado del sublime
espectáculo que presenciaba).
Tras el elogio
fúnebre de Antonio en el foro, el cuerpo de César debía ser llevado fuera de la
ciudad para su incineración (estaba prohibido incinerarse en el pomerium).
Sin embargo, el pueblo romano enloqueció. Una marea humana se abalanzó sobre el
estrado donde sehallaba el cuerpo de César, clamando venganza y la muerte de
los asesinos. En ese momento, dos antiguos legionarios de César llegaron ante
el estrado con antorchas y le prendieron fuergo. La multitud, en una ola de
frenesí colectivo, se abalanzó sobre las tribunas de los oradores, los puestos
del mercado, y todo lo que había de madera en el foro, que fue utilizado para
alimentar la improvisada pira. Las mujeres echaron al fuego sus joyas, y las
bulas de oro de sus hijos, los músicos sus costosos trajes e instrumentos, los
veteranos sus condecoraciones. En plena noche, una estrella fugaz cruzó el
firmamento, y los supersticiosos romanos gritaron que era el alma de César, que
ascendía a los cielos, pues había sido admitido entre los dioses.
Vayamos con el
Profeta del Anticristo. La segunda Bestia, dice el Evangelista, surgirá de la
tierra, elemento más estable, práctico y duradero. En el año 46 a. C., quien
entonces era conocido como Cayo Octavio Turino quiso unirse a las tropas de su
tío abuelo, Julio César, en Hispania, pero cayó enfermo y no pudo viajar. Una
vez recuperado, navegó hacia el frente, pero naufragó. Tras alcanzar la costa,
cruzó territorio hostil antes de llegar al campamento de César, lo que
impresionó a éste de manera considerable. Marco Veleyo Patérculo reporta que,
después de aquella proeza, César permitió que su joven sobrino compartiera su
carroza, y al regresar a Roma, depositó discretamente un nuevo testamento con
las vestales.
La segunda Bestia,
continua el Apocalipsis, ejerce todo el poder de la primera, cuya llaga mortal
había sido curada y hace que la tierra y sus habitantes la adoren. La idea de
la “sanación” de la herida no se refiere a una curación milagrosa, o a una
resurrección del Anticristo. La herida sana porque, después un breve período en
que parece que la obra entera del Anticristo va a periclitar y morir con él, el
Falso Profeta la salva y hace que recobre vigor.
Se nos dirá que en
los tiempos que tratamos no existía escasez de recursos, a salvo el exceso de
aprovechamiento forestal en zonas aledañas a las ciudades, o la expansión de la
conquista a territorios de escasa producción de cereal. El planeta era entonces
ubérrimo y escasamente poblado. Pero esto sólo es cierto en parte. Concurrían
graves dificultades de asignación de dichos recursos. El problema era el oro, y
en menor medida la plata, necesarios en las transacciones comerciales, y para
la adquisición de la mano de obra humana, esclava o arrendada, y animal precisa
para la explotación agrícola. La importación de objetos de lujo procedentes de oriente, especialmente de seda importada de China, constituía una sangría permanente de circulante que comprometía la estabilidad económica del Estado desde el siglo II a. C., durante el último periodo republicano, que conoció las guerras serviles, así como graves conflictos internos, políticos y sociales, que acabaron dando lugar a reformas institucionales, al surgimiento del principado y, finalmente, de la estructura imperial. Basta ver las barbaridades medioambientales que
perpetraron en la comarca leonesa de El Bierzo (Las Médulas), para darnos
cuenta de hasta donde llegó la desesperación de los ingenieros romanos.
Devastación que, por cierto, recuerda la actual explotación de las arenas
bituminosas en Canadá, para la obtención de petróleo. La Arabia Saudita
de entonces era Egipto, que por diversas razones, cuya explicación excede del
ámbito de este post, había acumulado grandes reservas de capital. César
solucionó el problema utilizando parte del tesoro de los Lágidas (dinastía
egipcia) que le cedió la siempre complaciente Cleopatra, por motivos de
estricto interés político. Augusto simplemente robándolo, y haciendo de Egipto,
nominalmente una provincia más, parte de su patrimonio personal, lo que
permitía su saqueo permanente, y le garantizaba unas rentas permanentes y
saneadas.
Vayamos a las
conclusiones. Es evidente que la penuria petrolera dará lugar a una crisis sin
fin, y al fantasma de la escasez que afectará primero, ya lo hace, a las
regiones globales económicamente más deprimidas, pero que no tardará en
alcanzar lo que llamamos el “mundo desarrollado”. Como el “modo de vida
americano” no puede de ninguna manera verse afectado por ésta ni por ninguna
otra circunstancia (Busyness as usual), se formará una estructura
supranacional, integrada por lo que hoy se considera el primer mundo, que
tendrá poco que ver con lo que conocemos actualmente, y cuya misión fundamental
será mantener a ultranza la base económica y social de Occidente, mediante el
expolio, ya no disimulado, sino abierto y descarado del resto del planeta. El
esbozo de tal estructura política, que incluirá grandes guerras de depredación
petrolífera, afectando lógicamente a los lugares donde existe este petróleo,
esto es, la cuenca del Caspio y Medio Oriente, será sin duda la obra del
Anticristo. Parecerá, por muy breve tiempo, que las privaciones hubieran
acabado. Un cierto período de estabilidad, muy corto, seguirá a las guerras de
rapiña, y producirá una fugaz ilusión de vuelta a la abundancia. Pero todo será
una ilusión.
Después de la
muerte del Anticristo se pasará a una fase diferente. Tras un nuevo período de
inestabilidad, el Falso Profeta culminará la obra de su predecesor, y pondrá
bases más sólidas a lo que su idealizado predecesor no pudo culminar. De todas
maneras, la única forma de mantener el nuevo orden institucional será recurrir
a un férreo control social, de manera que “todos, pequeños y grandes, ricos y
pobres, recibirán una marca en la mano derecha y en la frente”. Esto no quiere
decir que se vayan a imponer microchips, como se comenta en páginas web
psicodélicas, entre otras elucubraciones. El texto es simbólico y así debe
entenderse. La mano derecha es el principio de la acción, y la frente el del
pensamiento. El sistema condicionará totalmente nuestra existencia, ¿no lo hace
ya?, de forma que aceptemos un cierto modo de vida adecuado a la disponibilidad
declinante de recursos. Ello afectará a la distribución de éstos, de forma que
“ninguno pueda comprar o vender si no ha sido marcado con el nombre de la Bestia”,
esto es, que se impondrá la redefinición la masa monetaria, lo que implicará,
con toda probabilidad, la desaparición del dinero metálico.
De esta manera
Occidente intentará mantener su estabilidad y supremacía durante el tiempo que
le sea posible y, suponemos, con grandes dificultades, puesto que ahora se
encontrará a la defensiva, rodeado de un mundo hambriento y saqueado que
intentará una y otra vez el asalto a la fortaleza del cada vez más exiguo y
aislado mundo “civilizado”.
Recordemos, en
cualquier caso, que la función del Anticristo es única, y que quienes vendrán
después no serán otra cosa que imitadores, más o menos exitosos. Ello incluye
al Falso Profeta, que no será realmente el sucesor del Anticristo. No podría
tener ninguno, al menos en la esfera pública. De hecho Augusto sólo fue el
heredero testamentario, privado, de César. Cierto que éste le legó gran parte
de su fortuna, las dos terceras partes de aquélla, lo que le concedió un poder
financiero incomparable. Y le dio algo aún más valioso: su nombre, que ejercía
una particular fascinación sobre sus antiguos veteranos. Como antaño, a la
muerte del nuevo Augusto otros intentarán continuar su obra, y heredar su
nombre, en condiciones cada vez más extremas, y en tiempos ya lo
suficientemente lejanos como para que no merezcan siquiera nuestro interés.
Quisiera añadir un
último párrafo que se aparta un poco del carácter que quiero dar al blog, pero
que será de gran utilidad a quienes puedan entenderla. El error del Anticristo,
y el de su Falso Profeta, consistirá en no comprender que, agotadas las
posibilidades del ciclo, no hay salida a través de la tangente de la
circunferencia. El 9, número que la simboliza, convierte en sí mismo todo lo
que por él se multiplica (cualquier número multiplicado por nueve acaba sumando
nueve). Tras el círculo más periférico, la vida exterior más notoria, el poder
más absoluto, el desarrollo material más extraordinario, sólo existen las
tinieblas exteriores. El único camino que permite salir de la trampa de la manifestación
es el de retorno al Centro, al Origen, lo que requiere una disciplina
totalmente diferente. Es por ello que, en otro orden de cosas, tras el triunfo
aparente del Anticristo, solo podrá tener lugar un enderezamiento, que
devolverá las cosas a su orden normal de forma súbita. Pero tal prodigio sólo
podrá ser realizado por Aquél que manifestará, tanto en el campo del
conocimiento, como en el de la acción, el doble poder, sacerdotal y real,
conservado a través de las edades, en la integridad de su principio único por
los detentadores ocultos de la Tradición Primordial (René Guénon, Aperçus sur
l’Iniciation).
Saludos,
Calícrates